miércoles, 10 de febrero de 2016

Lo sabíamos


Todos en Valencia sabíamos que el PP valenciano era un hatajo de corruptos. Lo sabíamos quienes no les votábamos y lo sabían quienes les votaban. Rafael Blasco se bajaba a una cabina para llamar por teléfono por no utilizar el fijo ni el móvil personal, al más puro estilo The Wire. Alfonso Rus se tapaba la boca cuando hablaba en público a lo Joe Pesci en Casino. A Rita Barberá le parecía normal, y así lo reconoció públicamente, que le sobornaran con bolsos de Louis Vuitton. Carlos Fabra consiguió cambiar siete veces el juez que llevaba sus causas. Uno de cada cinco diputados del grupo del PPCV en Les Corts llegó a estar imputado. Podrían incluso haber formado un grupo propio de imputados, o un equipo de fútbol, a elegir. Pero no hacía falta estar informado sobre sus procesos judiciales, bastaba con mirarles a la cara. Un tipo como Carlos Fabra no puede ser honrado en la vida, lleva escrito “soy mafioso” en la frente. Que le tocó nueve veces la lotería en diez años, joder.

A pesar de todo la gente les votaba año tras año. Lo sencillo es decir ahora, no sin falta de razón, que el electorado valenciano fue gilipollas, o peor aún, cómplice, en mayor o menor medida. Pero quedarse en lo fácil suele ser un error; el PPCV ganó reiteradamente las elecciones por más razones: campañas electorales con presupuestos casi ilimitados (¿qué financiación ilegal ni qué financiación ilegal?), control absoluto de los medios de comunicación, bonanza económica, redes clientelares y una izquierda dividida y débil. Y sí, gracias a una mayoría del electorado muy gilipollas, eso también. 

La cuestión es: ¿volverían hoy a ganar? Al menos si no se repiten las elecciones nos ahorraremos la vergüenza de comprobar que sí.

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